Hace unos días pude tomarme unos días de descanso aprovechando que un amigo venía a Chile a pasar una semana. No era cuestión que visitara solo Santiago, sino que ya que hacía un viaje tan largo desde España (10.500 Km) al menos conociera algo de este país que me ha acogido.
He de reconocer que no soy bueno organizando viajes, pero por fortuna mi novia sí, así que nos preparó una escapadita de cuatro día al sur del país, no al sur, sur, ese sur que linda casi con la Antártida, un poco más al norte.
Nuestro destino era Pucón un pueblecito que se ubica al sur de la región de la Auracanía (IX región), por lo que nos tocaban 900 Km de viaje o lo que es lo mismo 10 horas de autobús por la carretera panamericana.
Lo más destacado de Pucón son varias cosas. Una es el lago Villarrica, de gran extensión y que es navegable; una cantidad importante de termas de diferentes temperaturas tanto al aire libre como techadas; la posibilidad de hacer rafting en algunos de los ríos que desembocan en el lago; el pueblo en sí, con edificaciones de madera, que también es utilizada en su artesanía y por último, y lo que a mí fue lo que más me impresionó el volcán Villarrica.
Llegando a Pucón por la carretera que lo une a la localidad de Villarrica, el volcán se alzaba imponente a las nueve de la mañana. El sueño y dormir algo incómodo en el autobús tenía su merecida recompensa. Nada más bajar en la estación preparamos la cámara de fotos y como japoneses.
En cada esquina, mirando al sur, el volcán se veía perfectamente. Sus 2.847 metros no pasaban desapercibidos. A pesar de que aquí es verano, la nieve lo cubría hasta la cumbre, alzándose en una cuesta increíble y que en la zona del cráter parecía querer apuntar al cielo.
Mi primer pensamiento fue si realmente llegaría hasta la cumbre al día siguiente.
Después de dejar las maletas en el hostal, una espectacular casa de estilo chill out, con una cama gigantesca en la habitación, acudimos a una de las compañías que se dedican a la aventura. Hay una en cada esquina, concentrándose en la calle principal, pero esta, recomendada por los dueños del hostal, estaba en una calle paralela. Esta está compuesta por varios guías expertos que te llevan a diferentes rutas cercanas, pero donde la principal atracción es el volcán.
Allí firmamos los papeles oportunos de responsabilidad y nos probamos parte de la ropa que llevaríamos al día siguiente y que se incluye como préstamo en el precio. Esto incluía tercera capa de piernas y parte superior, polainas, guantes, gorro, casco, una mochila y crampones. Madre mía, ¿vamos a subir el Everest? También prestan las botas, si no llevas unas adecuadas, y gafas de sol, estas alquilándotelas.
El día fue largo, conociendo Pucón, visitando todos los rincones y viendo los preparativos del Ironman que se celebraría al día siguiente. Muchos entrenaban por las calles y por la noche los restaurantes estaban llenos de gente. Un buen plato de pasta fue nuestra cena. Una buena carga de energía para el día siguiente y nuestro Ironman personal.
Seis en punto de la mañana. El despertador suena y todos nos ponemos en pie. Las cosas están preparadas del día anterior están colocadas a un lado de la habitación. Fruta, los bocadillos, barritas energéticas, varios litros de agua, zumos… Todo listo. Después de un desayuno rápido, metimos todo en nuestras mochilas y a la agencia.
Resultó que nuestro grupo solo iba a estar compuesto por nosotros tres y el guía. Habitualmente estas excursiones son en inglés, ya que mayoritariamente son extranjeros que no hablan español, o no muy bien, los que contratan este servicio. Metimos todo el material como nos indicaron (lo más pesado abajo y lo más liviano arriba) en la mochila que nos prestaron y al coche.
Media hora de viaje en todoterreno hasta el volcán nos adentraba en el parque nacional de Villarrica. Durante el camino, en las cunetas, se veían las primeras evidencias geológicas del volcán. El Villarrica es un estrato volcán y se veía a la perfección las diferentes capas que lo conforma: capas más endebles y gruesas de material fino y otras más competentes y finas de material rocoso.
Ya al cruzar la puerta de entrada al recinto nos dimos cuenta de que no éramos los únicos que íbamos a tratar de ascender. Varias furgonetas estaban ya aparcadas en la estación de esquí cuando pasamos por allí. Las veíamos desde nuestras ventanillas mientras el todoterreno continuaba unos cientos de metros más hasta una posición más alta, junto al segundo telesilla.
En la agencia nos comentaron su existencia y que si estaba en funcionamiento nos podríamos evitar una buena cuesta y 400 metros de desnivel. Nuestro guía, durante el viaje, nos comentó que con ligeras rachas de viento no lo solían encender y aquella mañana soplaba una leve brisa que era agradable, pero que impidió el funcionamiento del telesilla.
Así que allí estábamos, con nuestras mochilas a la espalda y dispuestos a comenzar la ascensión.
Este primer tramo discurrió junto a los postes del telesilla, en terreno firme y rocoso, donde podía comprobar que las rocas que formaban esta parte baja se correspondían a andesitas negras con cristales de plagioclasas. Otras rocas procedían de antiguas erupciones, llenas de vacuolas y de aspecto vítreo, junto con piedra pómez en abundancia.
Estos 400 metros de desnivel fueron un calentamiento extremo. A medida que ascendíamos, a un ritmo continuo y lento, veíamos llegar a las hormiguitas que habíamos dejado atrás en sus furgonetas. Formaban una hilera humana de al menos cincuenta personas que nos adelantaban sin compasión.
Al llegar al punto final del telesilla contemplé dos cosas.
Una era la parte final del glaciar del volcán, con un ligero fluir de agua en algunas partes y cubierto por polvo de roca negro en su superficie ondula por el viento. La otra era la cantidad de gente que iba a subir y que jadeaba al llegar a ese punto. Muchos de ellos no tenían una preparación física alta, tampoco es necesario, pero lo principal era que algunos venían como si fueran a la playa, con camisetas de tirantes. Creo que no sabían exactamente lo que estaban haciendo.
Después de reponer fuerzas, tomar algo de comida y agua, y de curar las primeras ampollas, continuamos nuestro ascenso. Nuestro siguiente punto a la vista era un antiguo telesilla. La estructura de hormigón se alzaba entre la nieve que ya empezaba a poblar el lugar entre calvas donde se veía la roca. Parecía que estaba cerca, y lo estaba en distancia lineal, pero la pendiente engaña.
Nuestra siguiente parada fue junto a la estructura. Agua, fotos, vista del lago y del volcán Llaima, algo de comida y a seguir. Nuestro guía nos instruía de cómo debíamos usar el piolet, como agarrarlo y usarlo para ayudarnos en el ascenso y ante una posible caída cuesta abajo en la nieve que por debajo tenía zonas con hielo.
Poco a poco la nieve nos rodeó por completo y el cielo azul se veía algo ensombrecido. ¿No habíamos salido de Santiago? ¿Por qué hay contaminación? Una capa parecida a la contaminación que cubre las grandes ciudades se difuminaba en el ambiente, pero no se trataba de lo mismo sino de las cenizas remanentes de la erupción del volcán Copahue, que había empezado el día de Nochebuena y que duró solo un par de días.
Hubo un par de paradas más en las que veíamos la cima y su fumarola saliendo. Nuestro guía nos dijo que era probable que oliera algo mal al llegar arriba por los gases que expulsa el volcán, pero que no correríamos riesgos. Si la cosa se ponía fea nos bajábamos.
Cuando las doce de la mañana se marcaban en el reloj el viento cambió. La cumbre se veía a la perfección y la fumarola se elevaba plácida. Esta se escapaba al este, empujada por el viento y que al cambiar de dirección la hizo descender por la ladera. Nosotros éramos de los últimos, pero varios grupos estaban más arriba. Los vimos pararse cuando la nube pasó sobre ellos. Luego el turno nos llegó a nosotros y respiramos. La nariz y la garganta se irritaron y las gafas protegieron mis. El olor a ácido sulfúrico era evidente.
Continuamos el ascenso con precaución. La nube bajo al menos dos veces más, densa, haciéndonos perder la visibilidad. Algunos grupos se bajaron. Nuestro guía preguntaba a los otros guías. Era una medida de precaución para ellos, pero nosotros seguimos nuestro camino.
Una nueva parada fue obligatoria. Mi novia estaba agotada y además teníamos que vestirnos con las capas externas. La cima estaba a la vuelta de la siguiente pendiente y era necesario colocarse los pantalones, la chaqueta, polainas y guantes. La nube se había tranquilizado y era momento de seguir tras un trozo de bocadillo.
Las últimas estribaciones fueron las más duras. La pendiente se endureció y aquella sensación de que apuntaba al cielo del día anterior fue mucho más evidente. Ahora no ascendíamos, sino que subíamos escaleras de hielo y nieve.
Las coladas de lava quedaban a mi derecha. Treinta segundos me sirvieron para un respiro, tomar unas fotos y admirar las lavas negras de la última de las erupciones del volcán en el año 1984. Y por supuesto tomar una pequeña muestra de recuerdo.
Diez minutos de sudor y de esfuerzo fueron recompensados con la llegada al cráter. Estábamos prácticamente solos. Éramos los últimos en llegar arriba y los últimos que lo bajarían ese día (y que bajada).
No podía imaginarme estar allí arriba. Llamé a mi familia a España, sin convicción, porque pensaba que faltaría la cobertura, pero pude hablar con ellos. Estaba emocionado. 2.847 metros para ver esa maravilla, ese cráter en el que sabía que no iba a ver la lava, pero si la fumarola, que se elevaba con gracia, en un intrincado baile del humo que brotaba del interior y que se llevaba con facilidad la suave brisa que soplaba en la cima.
Solo quedaba una cosa por hacer: la ofrenda al Rucapillan, la casa de los espíritus en el lenguaje Mapuche, pueblo originario de Chile y de la región de la Auracanía, que es como denominan al Villarrica. Un sorbo de vino para la montaña y otro al cuerpo.
Las seis horas de esfuerzo merecieron la pena. Esa noche sabía que iba a dormir como un bendito y con una sonrisa enorme en la boca después de subir mi primer volcán.